Reverendo Sr. Cura párroco, querido Juan Bautista, miembros de la Corporación Municipal. Cargos de honor, compañeros en este largo caminar desde nuestro nombramiento. Vicepresidente y miembros de la Junta Central. Presidentes y amigos de todas las cofradías y hermandades. Señoras y señores.
Comparezco ante todos Vds. por el privilegio con que me ha distinguido la Junta Central, al nombrarme pregonera de la Semana Santa de Callosa. Me impone mucho respeto, y hasta me sobrecoge, el sentirme elegida entre los cargos de honor, por la alta distinción que se me otorga, con la que me siento enormemente honrada, en un acontecimiento de tanta relevancia y repercusión en nuestra ciudad,
No podría comenzar mi pregón como si éste fuera un año más, obviando todo lo ocurrido en los últimos años. Estamos viviendo unos momentos que jamás habríamos imaginado que pasarían. Hemos tenido que renunciar a nuestra vida cotidiana y a muchos acontecimientos que formaban parte de ella, teniendo que posponerlos y sin saber hasta cuándo. Esto es lo que ocurrió con nuestra Semana Santa del año 2020 al comenzar la pandemia y el confinamiento en vísperas de su celebración, con unos datos alarmantes en número de contagios y vidas humanas. Esto significó un auténtico “Shock” para nosotros, del que nos fuimos sobreponiendo poco a poco, esforzándonos por hacerla presente en nuestras vidas, aunque celebrándola de manera diferente. Nos apoyamos unos a otros, compartiendo por las redes sociales y cualquier medio de comunicación todo aquello que pudiera contribuir a que la Semana Santa fuera vivida con un fervor especial. Tampoco el año pasado pudimos salir con nuestros pasos en procesión pero sí, al menos, pudimos participar en los actos religiosos celebrados. Fue, y sigue siendo aún, una etapa difícil y una dura experiencia, de la cual esperamos salir sacando buenas enseñanzas y con nuestro espíritu cristiano reforzado.
Ha sido un tiempo de pérdidas, de nuestro modo de vida habitual pero, sobre todo, de personas ligadas a nuestras familias y a nuestras Cofradías y Hermandades que nos han dejado y que todos mantenemos vivas en nuestra mente y en nuestro corazón.

Muchos de los que nos encontramos aquí, estamos ligados a la Semana Santa desde pequeños. Mi vida ha girado siempre en torno a mi Cristo del ECCE HOMO, que tiene un significado muy especial para mí, como os ocurrirá a muchos de vosotros con las imágenes de vuestras cofradías y hermandades. A la devoción religiosa y entusiasmo de mis padres con las procesiones debo mi integración en ellas y desde aquí quiero tener un recuerdo especial para ellos: José María y Conchita, personas de una gran fe, que nos transmitieron a sus hijos y también para mis hermanos, con los que compartí tantos momentos de trabajo e ilusión por participar en los desfiles procesionales. Igualmente he de agradecer a mi marido y a mis hijos su apoyo incondicional en estas actividades de mi vida que tanto me aportan. Ellos me han hecho mejor persona y mi vida con ellos ha sido más completa.
Viviendo plenamente inmersos en la dinámica de la Semana Santa, a veces se nos escapa el significado de las procesiones y, aunque las vemos año tras año, no nos paramos a pensar cómo surgieron y lo que representan para los cristianos. Las primeras procesiones surgen a partir del S. XV y XVI, como resultado del desafío de la reforma protestante a Roma. En estas circunstancias, el pueblo, alentado por la Iglesia, siente la necesidad de sacar a la calle la liturgia que se celebraba en los templos y demostrar su catolicismo en un culto público, con el objetivo de representar la esencia de su fe: la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Empezó a veces con un Vía Crucis, otras sacando en procesión las reliquias traídas de Tierra Santa, otras con obras de teatro: Autos Sacramentales y dramas litúrgicos. Más tarde, las cofradías penitenciales, comienzan a encargar grupos escultóricos con escenas de la Pasión, lo que dio lugar a distintas escuelas como la castellana, la andaluza o la escuela barroca murciana de Francisco Salcillo. Ese es el origen de las procesiones, con las magníficas imágenes que disfrutamos en la actualidad. El objetivo era irradiar e impregnar de religiosidad toda la sociedad. Los albores de nuestra Semana Santa se encuentran seguramente antes, sabida la religiosidad de nuestro pueblo; pero nos consta que, con la llegada de los Padres Alcantarinos, aparecen en Callosa las primeras manifestaciones pasionales. Era aquella una catequesis viva, no teórica ni de textos embarazosos, dirigida, como ocurría con los mosaicos de las catedrales en la Edad Media, a personas humildes que no tenían facilidad para acceder a la cultura. A lo largo de los años ha ido surgiendo una nómina abundante de buenos escultores con distintos estilos, de los cuales tenemos muestras en la imaginería de Callosa, con figuras de gran belleza estética, cuya contemplación estimula nuestra religiosidad. Y aprovecho para dar la bienvenida a nuestra Semana Santa a la última incorporación, la bella imagen de MARÍA SANTÍSIMA DE LA VICTORIA.
Esta catequesis procesional sigue siendo ahora muy importante. También hoy los cristianos tenemos que sacar nuestra fe a las calles y plazas, ante la progresiva secularización de nuestra sociedad, sobre todo para que los más pequeños vayan asimilando así las distintas etapas de la pasión de Cristo. Recuerdo de mi experiencia de maestra en el colegio, cómo cada uno de aquellos niños y niñas sabían pintar el dibujo del capuchino con los colores de su vesta, con un claro sentimiento de pertenencia a su cofradía. Y me acuerdo también del revuelo que se formaba el día de la bajada de la VIRGEN DE LOS DOLORES en el colegio. Las familias venían a recogerlos para ir a ver a la Virgen. Unos niños que ya estaban inquietos desde que el sonido de los tambores llegaba a sus oídos. Poco a poco el recorrido de la procesión se llenaba de almas emocionadas que querían ver la imagen de cerca. Y al paso de la Madre se atisban entre los asistentes, ojos que rebosan de lágrimas, compartiendo con ella dolores que cada uno lleva dentro en el ajetreo diario de la vida. Ya dentro de la iglesia, y cantados por mujeres, se escuchan los cantos de la Pasión, tan característicos de Callosa, que despiertan sentimientos de ternura en el alma, como un preludio de la Semana Santa.
Mi vinculación con la misma no tiene una fecha concreta sino que nací y crecí envuelta ya en ese mundo cultural y cristiano de desfiles procesionales, entre cirios y tronos rebosantes de flores, estandartes y tambores, imágenes eminentes aupadas a las alturas, y viviendo los momentos previos a la procesión, contagiada por los nervios de todos, las prisas y carreras para que todo saliera bien. Sin cuestionar nada, sin preguntarme nada acerca del sentido de aquellas manifestaciones religiosas, deslumbrantes y multitudinarias, que congregaban año tras año a miles de callosinos, apretujándose en las aceras de nuestras calles medievales del casco histórico donde yo vivía. Simplemente me dejaba llevar por el ciclón de fervor religioso que arrastraba a toda Callosa en la Semana Santa, un pueblo hermanado por una tradición centenaria y unido por la devoción compartida de cada cofradía.
Algunos años más tarde, en mi adolescencia, comencé a fijarme en algunas cosas y a hacerme preguntas. La preciosa imagen del ECCE HOMO me inspiraba sentimientos encontrados: dolor y angustia, a la vez que serenidad y sufrimiento en silencio. Reflexionaba yo sobre lo difícil que era reconocer al hijo de Dios en aquel despojo humano en que lo habían convertido una condena a muerte con flagelación, tortura cruel y corona de espinas, hasta el punto de que, sabiendo de antemano cual sería su sufrimiento, Él mismo se lamenta a su padre. Si Él era el hijo de Dios, pensaba yo en mi inocente juventud, ¿porqué Dios lo permitía?. Esta pregunta golpeaba mi mente joven con frecuencia. Porque lo que caracteriza a los jóvenes es su rebeldía. No aceptan verdades construidas por otros, ni dogmas apriorísticos impuestos. Ellos quieren descubrir el mundo y las hipótesis que se les plantean han de ser confirmadas o desmentidas por sí mismos.
Esta misma pregunta se la había hecho muchos siglos antes la cristiandad entera, cuestionándose si, al tener que soportar tanto dolor y dirigir al Padre un lamento por haberle abandonado, la naturaleza de Cristo era divina o era humana. La pregunta era de tal calado que el mundo cristiano se dividió en dos bandos enfrentados, liderados por dos personajes, de enorme prestigio ambos, y los dos de la Iglesia de Alejandría: Atanasio y Arrio. El conflicto, que se trató de resolver en el Concilio de Nicea el año 325, abrió numerosas hostilidades entre los partidarios de cada uno de ellos. Al final del concilio quedó resuelta la cuestión cristológica sobre la naturaleza de Cristo en estos términos: Jesús era de naturaleza humana por ser hijo de María y era de naturaleza divina por ser hijo de Dios.
Siendo yo todavía joven, nuestra cofradía decidió guardar al CRISTO RESUCITADO en un salón de la casa de mis padres. A mí me impresionaba mucho la presencia en mi casa, como formando parte de la familia, de aquella imagen imponente, admirada por tanta gente el día de su recorrido triunfal por las calles de Callosa, cuando ya la Semana Santa se acababa. Y de vez en cuando me asomaba para verla. Y fue a través de mis frecuentes visitas a aquella habitación, contemplando al Resucitado, como fui poco a poco comprendiendo el significado de la Pasión de Cristo y obteniendo respuestas a mis preguntas. En la imagen que tenía delante estaba la explicación de las otras dos imágenes de nuestra cofradía, la Flagelación y el Ecce Homo. Vi su estrecha relación. Y entendí la resurrección como redención. En aquella mirada limpia y transparente del resucitado comprendí que con su victoria sobre la muerte, Jesucristo anunciaba una nueva era y entendí porqué la resurrección era el núcleo sustancial en torno al cual gira toda la doctrina. Afianzaba mis convicciones el hecho de que la resurrección, dentro de la simbología e iconografía cristiana que inunda todos los lugares sagrados para los creyentes, siempre aparece como el testimonio repetido y fidedigno de la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte. A la gloria se llega, comprendí, por el sacrificio, el sufrimiento y hasta la humillación. Es ahí donde encuentra sentido la fe y la esperanza de los cristianos.
La vida, pasión y muerte de Jesús, es una fuente de enseñanzas válidas para cualquier colectivo, cristiano o no. Los evangelios no contienen un programa social concreto para erradicar definitivamente la miseria humana de la tierra, pero Jesús pone siempre ante nuestros ojos la realidad de la pobreza y las necesidades de los pobres. Dice el Papa Francisco; “Si quitamos la pobreza del evangelio no se puede entender el mensaje de Jesús”. Existen muchas referencias en donde Jesús elogia la pobreza y repudia a los que tienen su corazón en la riqueza: “El espíritu me ungió para evangelizar a los pobres”. O “Vende todo lo que tienes, nos dice, dáselo a los pobres y después ven y sígueme”. O “Bienaventurados los pobres de espíritu…”. Jesús da testimonio de pobreza ya en su nacimiento: el pesebre de una cuadra de animales. Y lo da también con su propia vida: hijo de un carpintero de Nazaret; elige a sus apóstoles de origen humilde, igual que las personas con las que se relaciona. Porque no vino a predicar su doctrina a un colectivo de favorecidos, ni a una clase social privilegiada, ni siquiera a un “pueblo escogido”, sino a todo el género humano. Por eso todos los preceptos impuestos por el Judaísmo eran un inconveniente a la hora de predicar el evangelio por el mundo. San Pablo sufrió este rechazo en su predicación por Asia Menor y Grecia, lo expuso en el primer concilio de Jerusalén y se fueron suprimiendo poco a poco estas condiciones. Con anterioridad, el mismo Jesucristo ya había abolido otro obstáculo importante, como era el precepto de la ley mosaica que imponía el ojo por ojo y diente por diente, cambiándolo por el concepto de amor: “Amad a vuestros enemigos, tratad bien a los que os odian”. Algo innovador y sin precedentes, y el definitivo mensaje a sus discípulos ante lo inminente de su muerte: “Amaos unos a otros como yo os he amado y en ello conocerán que sois mis discípulos”. Es decir, amad hasta el punto de estar dispuestos, como él, a sacrificar su propia vida por el otro. Fue de esta manera como una religión nueva se fue haciendo cada vez más global, convirtiéndose en un mensaje universal para la humanidad entera.
Este mensaje marcó la pauta de mi vida adulta e, intentando ponerlo en práctica, me impliqué en Cáritas, una de las acciones eclesiales cuya misión es dar testimonio de caridad y, más tarde, en Manos Unidas porque según el documento “La Iglesia y los pobres” “solo una Iglesia que se acerca a los pobres y a los oprimidos puede dar un testimonio convincente del mensaje evangélico”.
Si hablamos de la humildad de Jesús, ésta se aprecia incluso antes de su nacimiento porque, aun siendo Dios, solo se decide la encarnación de Jesús en María cuando ésta presta su consentimiento expresamente: “Hágase en mí según tu palabra”. San Bernardo muestra así cómo el cielo y la tierra contuvieron el aliento hasta el momento de la respuesta. Y fue solo a partir de ese instante, con la aprobación de María, cuando comienza la divina aventura del advenimiento de Dios a la tierra.
Se manifiesta la humildad de Jesucristo también en su mayor momento de gloria, cuando es aclamado con palmas y olivos por una muchedumbre en su entrada en Jerusalén, escena bien representada por la COFRADÍA DE JESÚS TRIUNFANTE que, el Domingo de Ramos, consigue convertir nuestra ciudad durante unas horas en la ciudad Santa, con la conjunción de: -la belleza de su trono, -una numerosa comitiva de hebreos costaleros, -la explosión de luminosidad y sonido en una mañana primaveral, y -una aglomeración de gentes de todas las edades que atestan las calles, sembradas de Hosannas y Alleluyas. Jesús elige por montura una burra, no un caballo. “No temas, Joven Sión, mira que llega tu rey, cabalgando en una cría de borrica”. A caballo entraban en la ciudad imperial de Roma los generales militares victoriosos, aplaudidos por las masas. En una burra, sin embargo, entra Jesús, porque en ella su estatura no sobresale por encima de las cabezas de la multitud que le aclama y, aun en su mayor popularidad, quiere estar al mismo nivel que el resto de la gente. Como lección de humildad, la simbología es evidente. Jesús nos hace ver que por muy poderoso que se sea o se sienta uno, nunca debe intentar destacar por encima de los demás.
Pedagogía de la humildad encontramos también en el hecho del lavatorio. Habitualmente los hebreos se lavaban antes de la comida y, según los usos de la hospitalidad entre los judíos, lavarse los pies era una acción que precedía al banquete; pero lavar los pies a los huéspedes era un acto servil, hecho por criados o esclavos. Jesús cumple con esa tradición del lavatorio pero lo hace, no antes de la cena, sino en el transcurso de la misma. Hacerlo Él personalmente y elegir ese momento precisamente tiene la finalidad de acrecentar la atención de los apóstoles, orientándoles a reflexionar acerca del valor simbólico de aquella actuación, que está en consonancia con las palabras de Jesús cuando dice: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, de la misma manera que el hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir” . Esta enseñanza no va dirigida solo a los doce que siguen a Jesús, sino también a los cristianos de nuestros días, oponiéndose a los esquemas de dominio de los poderes económico-financieros del mundo, invitándonos a hacer posible la globalización de la solidaridad. Con la última cena ha llegado la hora de Jesús, la hora hacia la que se había encaminado con todos sus actos. Este ambiente de fraternidad Jesús lo ratifica con la institución de la Eucaristía, ofreciendo su vida para el rescate de la humanidad y quedándose para siempre con nosotros.
En mi reciente viaje a Tierra Santa, todos los lugares por donde pasaba me causaban una profunda impresión e iba secuenciando en mi mente cada momento de la Pasión. Larga noche la de aquel primer Jueves Santo en que Jesús atraviesa el Cedrón y se adentra en el huerto de Los olivos de Getsemaní para intimar con el Padre. Esa noche ha de armarse de la integridad imprescindible para afrontar las ignominias a las que se verá sometido. Allí nos encontramos con la Basílica de LA AGONÍA. En ella un gran mosaico reproduce la angustia y desconsuelo de Jesús. Y ante el altar, aparece desnuda la roca sobre la que el Señor oró: “Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”. Junto a ella, sobrecogida, yo también oré. EL PASO DE LA ORACIÓN EN EL HUERTO de Callosa nos lo recuerda en la procesión del miércoles con su precioso Grupo Escultórico. Me acordaba de ella en aquellos momentos y me parecía que en aquel lugar sagrado faltaba la palmera y el ángel de nuestro Paso, para que la composición fuera perfecta. Desde allí se ven las murallas de Jerusalén y la puerta por donde había entrado Jesús aclamado por una muchedumbre. Ante esta visión, días antes, Jesús que, como buen judío, amaba a la ciudad Santa, había exclamado: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados.” Pero quien cruzaría ahora esa puerta sería un destacamento de los guardias del templo, y con ellos Judas. “Ya vienen los que han de prender al Hijo del Hombre. Ya llega el que va a entregarme”.
Durante el recorrido por cada uno de los lugares más emblemáticos de Jerusalén: en la Fortaleza Antonia, dentro de la guarnición militar de Pilatos, en la Vía dolorosa o en las piedras del Calvario, no podía evitar pensar en nuestros pasos procesionales, en estas imágenes tan queridas, representativas de momentos y hechos trascendentales para el mundo cristiano. Me emocionaba especialmente pisar en los sitios que Cristo pisó, recorrer el camino que Cristo recorrió y pararme en el lugar en que Cristo murió. Me impresionó especialmente el pensar que aquellas losas viejas y desgastadas de mármol rojo y blanco que yo estaba pisando, donde Cristo fue juzgado, flagelado y condenado a muerte, estuvieron un día teñidas de rojo con su sangre. Y abstraída de todo lo que me rodeaba, miraba fijamente, conmovida, aquellas losas arcaicas. Y que cruzando una puerta estrecha que daba a un espacio más amplio y abierto, estuvo Jesucristo, expuesto a una multitud: nuestro “JESÚS DEL PERDÓN”, o ya desvestido y FLAGELADO, nuestro “ECCE HOMO”, escuchando los gritos de una chusma enloquecida que, alentada por los dogmáticos sumos sacerdotes del Sanedrín, pedían que se liberara a un criminal amotinado en una revuelta como Barrabás y se condenara al Hijo de Dios.
Ya fuera de la fortaleza, tomamos la Vía Dolorosa camino del Calvario; y vienen a mi mente las imágenes de “NUESTRO PADRE JESÚS” y el CRISTO DEL MADERO, cargando con el peso de nuestros pecados que él quiso asumir: de nuestras envidias, de nuestros abusos, de nuestras vilezas humanas. Y el Señor cayó. Demasiado peso para un cuerpo exhausto tras la flagelación y con fuerzas demasiado escasas. Y veo al hermoso CRISTO DE LA CAÍDA. ¿Quién no se ha sentido alguna vez responsable del peso de aquella cruz, cuando la vida nos hizo resbalar tantas veces? ¡Cuánta angustia en aquellos metros hasta llegar al Calvario!. Nos cuesta poco imaginar la amargura de su madre, MARÍA SANTÍSIMA DE LA AMARGURA, siguiéndolo en ese último recorrido de su vida, mostrándole su gran amor y dándole consuelo y apoyo. Y entre el estruendo de la multitud, surge otra mujer valiente, que no temió ni a los guardias del templo ni a los soldados romanos: LA VERÓNICA, que quiso aliviar con sus pocas fuerzas el sudor y la sangre que impregnaban el divino rostro. Nada dicen de ella los evangelios, pero es desde antiguo una tradición popular y la tenemos presente en la VI estación de ese Vía Crucis, LOS PASOS, que recorre con fervor las calles de Callosa durante toda la Cuaresma. Jesús sigue el tortuoso camino del Calvario ayudado por el Cirineo. Agotado y sin fuerzas llega a su fatal destino.
“Pastor que con tus silvos amorosos,
me despertaste del profundo sueño.
Tú, que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos.
Vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso, por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño.
Tus dulces silvos y tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados.
Pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?
Pies clavados; como los de nuestros crucificados: JESÚS DE LA AGONÍA, CRISTO DE LA EXPIRACIÓN, el CRISTO DEL CALVARIO y EL CRISTO DEL SILENCIO.
¿Quién no se conmueve al ver pasar estas imágenes, al ver los distintos rostros doloridos y humillados de Jesús?, esos rostros que aun bajo el dolor, traslucen siempre atisbos de mansedumbre y bondad. Si nos fijamos bien en esos ojos, parece que su imagen se transforma, que su mirada se hace más profunda y penetrante, y es El quien nos habla y nos pide a nosotros que le veamos también en nuestra vida diaria, que le veamos en las demás personas, porque Jesús tiene muchos rostros: le podemos ver en el indigente, en el humillado, le podemos ver en el drogadicto, en la mujer maltratada, en el enfermo, en el inmigrante, en el refugiado, en los necesitados y excluidos, … le podemos ver, en fin, en todos los desheredados de la tierra. Y también junto a nosotros, muy cerca a veces, incluso en la misma familia, tenemos a algunos de éstos que Jesús llama “mis hermanos menores”.
Cuando yo era niña, uno de los momentos más impresionantes de la Semana Santa era la procesión del Jueves Santo y LA HERMANDAD DEL SILENCIO, por el misterio que la envuelve, porque en su recorrido, la noche callosina se llena de lamentos reprimidos. La ciudad a oscuras, y los profundos y estremecedores sonidos de ese largo ”bocino” con que abre la procesión, anuncian malos presagios. Una tragedia se ha producido. El Hijo del Hombre ha muerto crucificado. Es una noche oscura, como la del Calvario, como la oscuridad que llena nuestras almas al ver cómo el mismo Dios muere clavado en un madero. En la actualidad, desde el balcón de casa, donde cada año veo pasar el CRISTO DEL SILENCIO, contemplo las lágrimas secas de unos ojos a los que se les está escapando la vida, y se clavan en mí diciéndome que ha venido al mundo para liberarnos de todos los males.
Esa misma noche del jueves aparece una imagen de gran belleza plástica: NUESTRA SEÑORA DE LA ESPERANZA MACARENA, que recorre nuestras calles con el compromiso divino de llevarnos a esperar que lo que Jesús nos prometió se cumplirá, y guiar, aliviar y consolar a las almas perdidas por las tinieblas de la vida. Y veo en el público, apiñado en las aceras, respeto y recogimiento. Todos miran a lo alto, las caras iluminadas de María y Jesús en la Cruz. La única luz que rompe la oscuridad de la noche. La única luz que vence a las tinieblas.
En las primeras horas del Viernes Santo, al despuntar el sol, y después de la entrañable y emotiva ceremonia del Calvario, se cumple la misión redentora de Jesús. El gran magnicidio de la historia se ha consumado. Al pie de la Cruz “Stabat mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa “ (Estaba la madre dolorosa, de pie, junto a la cruz llorando): NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES, bella imagen de la Virgen, solitaria en su trono, como cargando ella sola con todo el drama de la Pasión, se manifiesta en un trágico y conmovedor desamparo. Y junto a ella, el discípulo amado, SAN JUAN, que nos cuenta el amargo desenlace, dando a su narración un sentido auténtico, como testigo privilegiado que fue, porque él se había reclinado en el pecho de Jesús y había recibido en el Calvario a María como madre. Y las Santas Mujeres, importantes en los relatos evangélicos, como se definen a LAS SANTAS MARÍAS, que habían seguido a Jesús desde Galilea y acompañarán a su madre hasta el último momento. A este trágico grupo del Gólgota se une LA MAGDALENA, que estuvo presente en gran parte de la vida pública de Jesús y tuvo que sufrir profundamente al verlo solo, traicionado por un amigo, negado por otro, incomprendido por sus discípulos y en una cruz clavado. No expresa nuestra imagen de MARÍA MAGDALENA un realismo iracundo y violento, sino una expresión entera y sosegada de aflicción y dolor contenido, ante un destino que, en ese momento, no llega a comprender. Y muere Jesús. San Mateo nos dice: “al rasgarse el velo del templo, tembló la tierra, las piedras se partieron, las tumbas se abrieron y dijo el centurión romano: “verdaderamente éste era el hijo de Dios”. Se produce aquí un reconocimiento expreso de la divinidad de Jesús por el mundo pagano.
Al mediodía del viernes, en un acto conmovedor de reflexión en la plaza de España, las últimas siete palabras de Cristo emergen como voces desgarradas, convertidas en tristes melodías, que navegan por la plaza de la iglesia, llevando en sus notas el luto por la muerte del Redentor. En ellas, de nuevo, se manifiesta su naturaleza humana cuando dice: “Tengo sed”, o “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?”, al tiempo que su divinidad: “Te aseguro que mañana estarás conmigo en el Paraíso” y “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Toda mi vida de cofrade está vinculada, como ya he dicho, a la cofradía del ECCE HOMO, de la que mi padre fue uno de sus fundadores, pero en mi corazón y en mi recuerdo tengo muy cerca otras dos cofradías que, por motivos familiares, las siento muy próximas a mí: la SANTA CRUZ y MARÍA MAGDALENA, que me traen con ellas el recuerdo de mis abuelos y mi tío Pepe, José Samper, vinculados con la primera y mi tío Antonio López, que perteneció a la segunda. Entrañable para mí es el recuerdo de mi abuela Trini cuando nos invitaba a acompañarla a rezar el rosario en la habitación-capilla que tenían en casa. Allí estaba el grupo escultórico que preside el trono de la SANTA CRUZ: LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS, que acoge en su regazo al Hijo de Dios, con hondos suspiros de resignación. Un poema de dolor, de dolor intenso, sobrehumano, el dolor de los dolores, como escribe el catedrático murciano Cristóbal Belda: “En aquellos dulcísimos ojos parece encontrarse la fuente de todas las lágrimas y en aquellos labios entreabiertos parece nacer el primer sollozo y el primer suspiro que, de eco en eco, la humanidad entera repetirá siempre”.
Cuanto mayores nos hacemos, todas las imágenes de nuestra infancia nos llenan de ternura, y sin apenas darnos cuenta, han ido conformando la formación religiosa de las personas que somos hoy. Todos estos recuerdos constituyen referencias esenciales de nuestra vida, crean el arraigo personal a nuestra tierra y a nuestra cultura y construyen nuestra identidad.
Existen muchas referencias en los evangelios acerca de la dignificación de la mujer por Jesús, rompiendo numerosos tabúes de sumisión e invisibilidad en aquella época. Nos revela el Evangelio una profunda amistad con las hermanas Marta y María, conversa públicamente con la Samaritana, defiende a una mujer adúltera ante una nutrida concurrencia, se deja tocar y ungir por una prostituta y elogia la fe de la mujer enferma, etc. En sus parábolas aparecen muchas mujeres. Jesús salta por encima de los convencionalismos sociales de su tiempo y jamás se le atribuye nada que pueda resultar lesivo o desconsiderado hacia la mujer, algo insólito para la época. Para Jesús la mujer tiene la misma dignidad que el hombre y por eso funda una comunidad en la que hombres y mujeres viven y viajan juntos y defiende a la mujer cuando es injustamente tratada. Las mujeres fueron los primeros testigos de la resurrección de Cristo.
Este tratamiento positivo de la mujer en el Evangelio tiene una correspondencia en Callosa. En nuestras Cofradías y Hermandades han participado y participan mujeres asumiendo funciones y cargos representativos, animando y colaborando en todas las actividades que conllevan la preparación de procesiones y actos religiosos que llenan nuestra Semana Santa. Acompañan a la VIRGEN DE LOS DOLORES con las hermosas mantillas. Mujeres enlutadas con velo en señal de duelo y tristeza, acompañan con sumo respeto a LA SOLEDAD. También, bajo las capuchas de los nazarenos hay muchas mujeres anónimas que acuden a formar parte de los desfiles procesionales. Pero especialmente adquiere protagonismo la mujer en tres cofradías emblemáticas de nuestra Semana Santa: A medida que nos alejamos del momento actual en la historia, más invisible ha sido la mujer socialmente, y en torno a ella se han construido muchos prejuicios negativos como debilidad, incapacidad, fragilidad, etc. Sin embargo, las tres cofradías citadas rompen con esa dinámica e incorporan decididamente mujeres costaleras a sus tronos: JESÚS DEL PERDÓN, MARÍA SANTÍSIMA DE LA AMARGURA y LA MADRE DEL AMOR HERMOSO. Este hecho, en su momento, supuso una innovación rompedora y, hoy por hoy, los pasos de mujeres costaleras siguen viéndose como una originalidad. El entusiasmo con que asumen su función, el empuje y la resolución con que sus hombros femeninos se aferran a los varales del trono, y la fuerza con que los elevan al cielo, constituyen una de las estampas más bellas de nuestras procesiones y que no deben desparecer.
Se va acercando el final. Los costaleros del SANTO SEPULCRO, como sucesores de José de Arimatea y Nicodemo, conducen a Jesucristo a su sepultura y, como ellos, con el respeto que les embarga, al llevar el cuerpo del Hijo de Dios a su lugar de descanso. Hoy, siglos después, la basílica del Santo Sepulcro es un lugar singular, marcado por el fervor cristiano y lleno de un gran valor sentimental para los creyentes. El entierro de Jesús es el vínculo de unión entre el crucificado y el resucitado. Y el sepulcro es, junto a la Cruz y el Resucitado, su reliquia más expresiva. Acompañando a su Hijo, LA SOLEDAD aparece como la mayor expresión del dolor materno y exterioriza a la vez un sentimiento de amargura y aflicción. Porque el vacío que deja la pérdida de un hijo en una madre ya nada lo puede llenar. Un numeroso grupo de mujeres callosinas, de negro riguroso, conforman una
extensa procesión para dar acompañamiento a la Virgen en su desconsuelo, dándole esperanza cuando todo parece cumplido y acabado.
Y Llegó el primer día de la semana. Nos dice San Juan: “todavía a oscuras”. Una frase llena de simbolismo, pues refleja el ánimo de sus discípulos, que se planteaban ahora qué sería de ellos, qué sentido tendrían sus vidas. PEDRO, con el dolor de haber negado a su maestro y, de pronto: “¿Porqué buscáis entre los muertos al que está vivo?”. Jesús no está en el sepulcro. Un acontecimiento divino se ha producido: la inmortalidad que Cristo había anunciado se ha cumplido. La fe de las mujeres que habían acudido al sepulcro da un giro distinto: comprenden una manera nueva de servir a Jesús a través del anuncio de su resurrección; por eso ellas se ponen en camino y van a anunciar a los demás discípulos que el Señor está vivo. Son las primeras misioneras que anuncian a sus hermanos su experiencia de fe. Esta experiencia de fe es la que se muestra la mañana del domingo cuando el caballero portaestandarte anunciará a la Virgen:
“Regina coelis laetare”
Reina del cielo, alégrate.
Porque el Señor, a quien mereciste llevar en tu vientre,
Ha resucitado según su palabra.
Goza y alégrate porque verdaderamente ha resucitado el Señor”.
Se despoja a la Virgen del manto; el luto desaparece; la Madre se encuentra con su Hijo y la alegría se desborda; alegría, que es una expresión de nuestra fe y está en el origen de esta fiesta. Los nazarenos ya no ocultan sus rostros bajo las capuchas penitenciales. ¡¡Cristo ha resucitado!!. Las penas desaparecen. El llanto se convierte en júbilo y el dolor en gozo. La disciplina procesional se relaja. Los Pasos del RESUCITADO y la VIRGEN DEL AMOR HERMOSO cambian su cadencia y compás, y más que porteados, son bailados, al ritmo de una música jubilosa y festiva. La bandera blanca ondea ante ellos y una lluvia de alleluyas y de caramelos invita a todos a participar de la fiesta. Con ello celebramos los cristianos el gozo de que, si Cristo ha resucitado, nosotros resucitaremos también con él. La Semana Santa ha concluido.
Atrás quedan los afanes e ilusiones con que la hemos preparado y en nuestras mentes, nuevas esperanzas y proyectos para que cada año sea más hermosa. Yo, desde aquí, os convoco y animo, este año especialmente con más fuerza, a que participemos en todos los actos de nuestra Semana Santa siendo, como el cirio pascual, la luz que llene de significado cristiano todo lo que nos rodea y, ante las dificultades, hagamos nuestras las palabras de San Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna”.

Muchas gracias y buenas noches.

ASCENSIÓN PALAZÓN LÓPEZ
Callosa de Segura, 02-04-2022